Por la Razón o la Fuerza, Camila Ramírez
Por Felipe Forteza
El trabajo de Camila es de una fuerza poco común en jóvenes de su edad. A sus 30 años, esta Antofagastina ha abordado temas relacionados al poder, la política y el trabajo obrero sin tapujos. Su arrojo la ha llevado a exhibir en una gran cantidad de espacios culturales, recibiendo galardones y premios. Es posiblemente una de las artistas más consecuentes de su generación.
Podría equivocarme, pero el rojo parece ser su color preferido. Hace unos años trabajé con ella en una muestra colectiva en la Sala de Arte CCU, su trabajo también era rojo, inflable y seductor. Las obras de Camila Ramírez se concentran principalmente en la reconstrucción de imaginarios sociales, estableciendo relaciones materiales y simbólicas que representan sus desafíos, temores y anhelos. Estas situaciones se materializan en la producción de objetos, gráficas y acciones que proponen y analizan la noción utópica que soportan ciertas ideologías, buscando desarticular y destacar algunas consignas sociales. Su pulcro trabajo cuestiona las relaciones de poder, las jerarquías, el trabajo obrero, la explotación laboral y las luchas sociales, algo que podría representar la realidad de cualquier país del mundo. Esto hace del trabajo de Camila una realidad común, y sobre la cual todos podríamos sentirnos representados.
Esculturas, fotografías o performances forman el cuerpo de su obra. El humor y la ironía son parte fundamental de ellas. Trabajos imposibles, en su forma y uso. Ellos crean un curioso sentido de unión e irrealidad, dando vida a objetos cotidianos, como grupos de palas, tríos de picotas o bancos escolares múltiples, que ineludiblemente nos llevan a pensar en la comunidad.
Felipe Forteza: ¿Cuándo descubriste que querías ser artista?
Camila Ramirez: Recuerdo haber tenido ocho años. Admiraba los dibujos que hacía mi papá e intentaba copiarlos, pero no me resultaban. Nunca fui muy virtuosa en el dibujo. Quise estudiar arte quizás porque me rehusaba a tener una vida tan común, con horario de oficina, con ropa formal. Cuando ya tenía 13 años decidí estudiar arte formalmente. En ese entonces mi hermano tenía un ramo de estética en la universidad, yo me llevaba su cuaderno al colegio para leerlo y así fui conociendo a Duchamp y sobre todo a la escena de avanzada en Chile.
¿Por qué en tus obras utilizas herramientas usadas para la construcción o la agricultura?
Al ingresar estas herramientas de trabajo a la esfera del arte se genera una tensión y se problematiza la idea del juego en relación al arte, del arte en relación al trabajo o al trabajo en relación al juego. Esas herramientas intervenidas para ser usadas colectivamente se convierten en herramientas inútiles y ese costo también tiene que ver con una propuesta de comunidad. A medida que esos objetos van perdiendo productividad, van ganando en relación a un proyecto colectivo. ¿Cuál es la real ganancia o pérdida? Es lo que debiese preguntarse el espectador.
¿Qué ideologías te mueven?
Hablar de ideologías es muy complejo. Prefiero ponerlas en duda, porque son un conjunto normativo de ideas y emociones. En ese sentido, podría decir cuáles son los relatos o los proyectos que me mueven. Vengo de una familia de izquierda e inevitablemente esas cosas se heredan. Conocí las Juventudes Comunistas, el romanticismo, las imágenes y las contradicciones que envuelven. También me interesa el feminismo. Es inevitable no sentirse emplazada e interpelada, como mujer, lesbiana.
¿Cómo calificarías el bajo presupuesto asignado a la cultura?
Es triste. A mí me cuesta creer que el gobierno siga pensando en los centros culturales como si fueran empresas, que los evalúe en relación a las ganancias, cuando claramente la cultura es una inversión a largo plazo. Tuve la oportunidad de hacer clases en Balmaceda Arte Joven. Ahí conocí de cerca el rol social que cumple acercar la cultura a jóvenes que no tienen otra posibilidad de acceso. Necesitamos más agentes sociales que permitan otro tipo de experiencia en relación a la formación artística cultural, y que traspase las limitaciones elitistas que muchas veces tiene el arte.
¿Según tú, que aporta el arte a la sociedad?
Creo que existen distintas escalas para pensar en el aporte del arte a la sociedad. Prefiero pensar en cómo aporta el arte en la construcción de sentidos, a la ampliación de espacios mentales. Lo que verdaderamente importa de las artes visuales no son las obras como tal, es el diálogo que generan esas obras, los encuentros e incluso los desencuentros. El arte permite entender que hay muchas soluciones posibles para un mismo problema, reasignar definiciones, romper con ese esquema binario de lo correcto y lo incorrecto, de lo bueno y lo malo.